Comentario
Se trata de una épica monumental, nacida también como rechazo de la vanguardia racionalista, que tendría en la arquitectura nazi del Tercer Reich y en el arquitecto Albert Speer sus momentos más elocuentes. Pero la misma vanguardia pareció someterse a la tentación de lo clásico e incluso el Art Déco pudo suplantar el rigor del racionalismo, como ocurre en algunos rascacielos y edificios norteamericanos.Fueron los maestros del racionalismo y del Movimiento Moderno los primeros en diagnosticar la crisis de la tradición recientemente inaugurada. Ninguno de ellos se creyó el Estilo Internacional, salvo quizás con la excepción de Gropius. Un estilo que había entrado en el ámbito de lo banal, como demuestran operaciones tan insólitas como la creación de Brasilia. Su planificador, Lucio Costa, escribía, en 1946, a Le Corbusier que los pilotis del Ministerio de Educación y Sanidad de Río de Janeiro poseían un encanto jónico. Observación que, sin duda, Le Corbusier consideraría desatinada.Ante situaciones semejantes, la arquitectura de los maestros podía replegarse sobre sí misma, como hiciera Mies van der Rohe, o explotar críticamente, haciendo estallar las convicciones del pasado para ponerlas a prueba, como harían Le Corbusier o Wright.El primero de ellos sublima sus propias preocupaciones, se refiere a sí mismo, a sus lenguajes, pero ya no proyecta a partir de principios, sino que los vuelve artísticos, recursos retóricos mientras busca una salida genial o poética. Un momento excepcional en la obra de Le Corbusier lo constituye su Capilla de Nôtre Dame du Haut, en Ronchamp, de 1955. Recién construida, Argan pudo escribir: "¿Es que, después de la machine á habiter, Le Corbusier quiere patentar ahora una machine á prier?" Y ciertamente algo de eso hay en su iglesia.El gesto del proyecto es preciso, como siempre en él: dos curvas contrapuestas, la del techo y la de la colina sobre la que se asienta el edificio. Dentro, la forma de la arquitectura, los materiales, las luces tamizadas por el color neoplástico de las vidrieras, la disposición inclinada del suelo, pretenden dirigir al fiel, también arquitectónicamente, hacia el altar de la Virgen. Una Virgen móvil, como en los aparatos del barroco, que gira según los fieles estén dentro o fuera de la capilla.Sin embargo, Le Corbusier, ajeno al desaliento, siguió buscando la forma de la arquitectura, sin olvidar su propia historia, su incesante innovación lingüística. Así, en su arquitectura vuelven a aparecer viejos temas, tratados con gestos geniales, con la estrategia del zorro, como ha querido llamarla C. Rowe. Una estrategia preocupada por una multiplicidad de estímulos. Si su ciudad no podía ser construida, sus proyectos aún tenían la validez de los objetos artísticos y es ahí donde centró su trabajo. Y memorables ejemplos dejó a los arquitectos.Encontró una salida alimentándose de sí mismo. Una salida que formalmente parecía una escapada del Movimiento Moderno y que fue repetida por muchos arquitectos. Entre las obras que marcan significativamente este período final de la actividad de Le Corbusier cabe destacar el fragmento de utopía que constituye su Unité d'Habitation, construida en Marsella entre 1947 y 1952, vivienda colectiva, con servicios comunes, y un tratamiento brutalista y escultórico del material que habría de tener una enorme influencia en los años siguientes. En el Convento de La Tourette, construido en Eveux, entre 1952 y 1960, consigue ensimismar y hacer tensar al máximo la quietud de su arquitectura, mientras que en su proyecto y edificios para la nueva ciudad de Chandigarh, en la India, esa tensión se relaja, no estalla. Es la poética de lo que él mismo denominó como de la Mano Abierta, relajada, armónica, equilibrada, formalista.